La buscadora

 Un hombre sin ilusión es un hombre muerto. El ser humano necesita volcar su vida en un propósito. Y, así, hay quienes se vuelcan en su familia, quienes se entregan por completo a su trabajo, quienes se desviven por una afición o un deporte… Nada más triste que el hombre aburrido.

Lo grande de María Magdalena no es que vuelque su vida en Cristo. Eso es grande, enorme, descomunal. Pero lo hemos visto en san Pablo, en san Juan, en san Pedro y en todos los santos. Lo que convierte en excepcional a esta bendita mujer es que vuelca su vida en Cristo cuando lo cree muerto, es decir, cuando Cristo, aparentemente, no está allí. Y eso hace que María Magdalena vuelque su vida en las tinieblas. De ahí su llanto.

Mujer, ¿por qué lloras? Ella responde: Porque se han llevado a mi Señor. ¡Benditas lágrimas! No llora, como tantos, por algo presente: una enfermedad, una humillación o una contrariedad. Llora por el Ausente, y eso la sumerge en la vida mística.

La grandeza de María Magdalena es la de quienes deciden habitar en el silencio, y no aceptar consuelo alguno hasta que no sean despertados por una palabra: ¡María!



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