La gracia de la debilidad
Durante
cuarenta años no se puede hacer demostración de fuerza. Es posible correr durante
un día de andadura, para una vida entera hay que medir el paso y contar con la
vulnerabilidad esencial de la naturaleza humana. Sin embargo, aunque no se
puede caminar siempre con tensión -San Bruno dice que un arco siempre tenso se
hace inservible-, se puede descubrir una extraña fuerza en la debilidad.
Constato,
muchas veces, que cuando más débil, frágil y menesteroso me encuentro es cuando
más sensible estoy, y normalmente entonces acudo a la oración con mayor
receptividad y apertura. Son ocasiones en que bebo la Palabra, suplico
intensamente, me encuentro abierto, y acojo, aun en medio del dolor, lo que
supone siempre verse tan pobre.
En
cambio, cuando me parece que estoy firme, que hago las cosas bien, me
sobreviene una falsa seguridad, que me instala en mis modos de ser y de pensar
de manera refractaria. En estos momentos, no valoro lo que significa un poco de
agua en el desierto, una sombra en el camino, a la hora de mayor calor, y quizá
no comprendo a los que necesitan esos auxilios.
No
deseo afirmar de manera absoluta algo que no sé si es igual para todos. Por lo
que yo experimento, descubro que las ocasiones de mayor receptividad de las
mociones interiores suceden cuando estoy más sensible, y normalmente la
sensibilidad es mayor cuando me siento menesteroso y débil.
Si son
así las cosas, ¿será una gracia la pérdida de seguridad y el despojo que te
convierte en mendigo de la mirada compasiva, de la misericordia de Dios?
Sólo sé
que la oración humilde y la estancia silenciosa, que transcurren en la
percepción de la propia pobreza, producen en mí una apertura y acogida mayores
que cuando me creo seguro de mí mismo. A la hora de haber una evaluación,
descubro que en tiempos de debilidad soy como el campo labrado que recibe la
semilla, como la tierra húmeda que permite que el grano germine. Me parezco a
la tierra sedienta, resquebrajada su corteza endurecida, que absorbe la gota de
agua y la lluvia del tempero.
El
sentimiento de búsqueda y la atención interior que se viven en los momentos de
prueba y debilidad son inigualables. No se pueden comparar con lo que se
experimenta cuando parece que no se necesita nada.
Lo que
me resulta evidente es que cuando confluyen debilidad y relación teologal se da
la mayor posibilidad de la experiencia luminosa. ¿Habrá que agradecer las
heridas? Quizá en tantas ocasiones son la providencia para despertar la
sensibilidad y propiciar así el encuentro con Quien desea vivir siempre a
nuestro lado.
Más
allá de la fenomenología personal y subjetiva, lo cierto es que Jesús se dejó
reconocer por los suyos cuando estaban abrumados por la mayor tristeza, cuando,
doloridos y sobrecargados, su naturaleza les llevaba a la desesperanza, al
llanto, al miedo, al retorno escéptico.
Al
hablar de manifestaciones de debilidad, recuerdo las lágrimas de María
Magdalena, el lamento de las mujeres que acompañaron a Jesús camino del
Calvario y lo buscaron en la mañana de Pascua, el miedo de los apóstoles, la
desesperanza de los dos discípulos de Emaús, el retorno a los trabajos de la
pesca de Pedro y sus compañeros, el escepticismo de Tomás… San Pablo confiesa:
“Me
complazco en mis flaquezas, en la injurias, en las necesidades, en las
persecuciones y las angustias sufridas por Cristo; pues, cuando estoy débil,
entonces es cuando soy fuerte” (2Cor. 12,5-10).
Es
natural que, después de la Pasión, los discípulos de Jesús estén tristes. Mas
resulta sorprendente que la experiencia de la resurrección se dé en todos los
casos en las circunstancias de mayor debilidad, en momentos muy dolorosos. A la
luz de los relatos de Pascua, descubro el sentido positivo de las situaciones
de desánimo, que pueden ser momentos de gracia y convertirse en hitos de fe.
“Nosotros
predicamos a un Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los
gentiles; mas para los llamados, lo mismo judíos que griegos, un Cristo, fuerza
de Dios y sabiduría de Dios.
Porque
la necedad divina es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad
divina, más fuerte que la fuerza de los hombres” 1Cor. 1, 23-25).
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Comentarios
Una reflexión preciosa.
Gracias.
Un beso, mi querida Caminar.
Un beso.