Fuentes de vida en el desierto

 La sed cayó sobre los israelitas casi inmediatamente después de terminar la celebración de la liberación, justo cuando la vida parecía ya a salvo. Por eso podemos decir que la sed es el signo del desierto en el interior del propio cuerpo. Sin embargo, después de los primeros momentos de quejas y depresión, comenzaron a caminar acompañados por una roca-manantial que, afirman los textos, les acompañó durante todo el recorrido. 


También nosotros, en este desierto que hemos y estamos viviendo, seguramente hayamos encontrado pequeñas fuentes de sentido, de aliento, de fuerza, de vitalidad… Pequeñas fuentes que nos han acompañado y ayudado a no dejar que la sed de vida normal, cálida, buena… que no teníamos nos tragara. Pequeñas fuentes que han sido personas, acciones, realidades que, aunque las teníamos a mano, no valorábamos y agradecíamos de forma significativa.


Para los cristianos, todo lo que alienta y sostiene la vida procede de un mismo manantial del que continuamente nacemos y en el que continuamente nos sostenemos, pues hemos sido creados en Cristo y de él proviene la vida que tenemos de continuo (Col 1, 15-17). Y esto es lo que Pablo comenta a los corintios cuando les dice: nuestros padres en el desierto “bebieron la misma bebida espiritual, pues bebían de la roca espiritual que los seguía; y la roca era Cristo” (1Cor 10, 4).


Por eso en esta cuaresma, podríamos dedicar algo del tiempo de nuestra oración a reconocer estas personas-fuente, estas acciones-fuente, estas realidades-fuente que nos han acompañado y lo hacen aún en este desierto. Y luego dar gracias viendo en ellas la compañía de Cristo. Quizá como los de Emaús no le hemos reconocido en esos o eso que nos acompañaba y alentaba, pero allí estaba. Demos gracias a Dios.



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