Sal y Luz
La sal no vale para sí misma. No tiene belleza ni ostentación, pasa desapercibida pero es el elemento culinario más imprescindible. Es un signo pobre pero necesario para dar sabor a la vida.
No busca protagonismo ni poder. La sal tiene la cualidad de conservar, de preservar, por ella los alimentos más vulnerables se vuelven imperecederos. Algo aplicable a los cristianos a nuestras comunidades, a la iglesia. Cuando funcionan, cuando son sal, pasan casi inadvertidas, pero pasan, sin hacer ruido, haciendo el bien.
La sal conserva y purifica. Ser sal como nos pide Jesús es purificar en nuestro corazón.
No ha de turbarnos la cantidad, el número de cristianos, de religiosos sino la calidad. Una pizca de sal es suficiente para dar sabor y ennoblecer el guiso.
El sentido de la luz es iluminar, ahogada debajo del celemín resulta tan inservible como la sal desvirtuada. El seguidor de Jesús lo es para los otros. La vocación del cristiano no es la del escondite, la del respeto humano y el complejo de inferioridad. Tampoco se esconde la ciudad construida sobre la cima del monte. La presencia del cristiano ha de ser transparente, como la de aquel que no tiene nada que ocultar y sí mucho que mostrar.
El cristiano ha de cuidar de no ostentar su propia luz, con ello ahogaría la auténtica. Nuestra luz, nuestro ser luz ha de ser manifestar la de Cristo.
No busca protagonismo ni poder. La sal tiene la cualidad de conservar, de preservar, por ella los alimentos más vulnerables se vuelven imperecederos. Algo aplicable a los cristianos a nuestras comunidades, a la iglesia. Cuando funcionan, cuando son sal, pasan casi inadvertidas, pero pasan, sin hacer ruido, haciendo el bien.
La sal conserva y purifica. Ser sal como nos pide Jesús es purificar en nuestro corazón.
No ha de turbarnos la cantidad, el número de cristianos, de religiosos sino la calidad. Una pizca de sal es suficiente para dar sabor y ennoblecer el guiso.
El sentido de la luz es iluminar, ahogada debajo del celemín resulta tan inservible como la sal desvirtuada. El seguidor de Jesús lo es para los otros. La vocación del cristiano no es la del escondite, la del respeto humano y el complejo de inferioridad. Tampoco se esconde la ciudad construida sobre la cima del monte. La presencia del cristiano ha de ser transparente, como la de aquel que no tiene nada que ocultar y sí mucho que mostrar.
El cristiano ha de cuidar de no ostentar su propia luz, con ello ahogaría la auténtica. Nuestra luz, nuestro ser luz ha de ser manifestar la de Cristo.
Comentarios
Un abrazo fraterno,
Claudio
Gracias.
Te sigo, hermana.
Un abrazo.
;O)