Octubre, mes del Rosario
¡Viva el Rosario! Es una cadena admirable que nos lleva hasta el cielo. Es un verdadero programa que nos permite estar siempre más unidos a Cristo, bajo la mirada de María. Así, tomándolos como ejemplo, terminaremos asemejándonos a ellos… aunque sólo sea un poco.
Entonces, hermanos y hermanas, ¡Recen el Rosario, prediquen el Rosario, vivan el Rosario! En una palabra, ¡Amen el Rosario!… porque es una historia de amor, con la Madre del Amor Hermoso. Y oirán a Dios que susurrará en su corazón, como supo hacerlo tan delicadamente con Nuestra Señora: “Mi más bella historia de amor eres tú” Y les prometo que llorarán.
Llorarán como lo hizo María en su vida.
Y como lo dice de una forma tan bella un hermano dominico irlandés, con las lágrimas de María, Dios hizo el Rosario.
Lágrimas de gozo y de agradecimiento cuando nació su primogénito en Belén,
lágrimas de felicidad luminosa cuando se sirvió el buen vino en Caná,
lágrimas de dolor y de sangre al pie de la Cruz,
lágrimas de júbilo en la mañana de la Resurrección.
lágrimas de felicidad luminosa cuando se sirvió el buen vino en Caná,
lágrimas de dolor y de sangre al pie de la Cruz,
lágrimas de júbilo en la mañana de la Resurrección.
Y Dios guardó cada una de esas lágrimas y con ellas hizo el Rosario.
¡Amen pues el Rosario, hermanos y hermanas, y hagan del Rosario su historia de amor con Dios!
La última palabra la dejaré a nuestro beato hermano Jacinto-María Cormier que fue Maestro de la Orden. Se trata de un pasaje de los ejercicios espirituales que predicó en Roma en 1896. Estas palabras, las hago mías… y les invito a que las hagan suyas.
«Te doy gracias ¡oh Dios mío!, por haberme dado, por María, un medio de santificación tan excelente, una cadena amable para guiar mis pasos por la vida activa; una sombra deliciosa para abrigar mi corazón en la vida contemplativa.
No abandonaré jamás mi tesoro; toda mi vida, al contrario, lo utilizaré con fe, ardor, perseverancia. Y, al final de mi vida, cuando ya no me pueda consagrar a las obras exteriores, cuando me sea imposible predicar, enseñar e incluso salmodiar, rezaré todavía el Rosario; y si ya no puedo hacerlo, al menos lo tendré entre mis manos o delante de mis ojos. El Rosario será, bajo diferentes formas, el alimento perpetuo de mi contemplación, mi recreo de todas las horas, mi paciencia para sufrir, mi preparación para morir.»
No abandonaré jamás mi tesoro; toda mi vida, al contrario, lo utilizaré con fe, ardor, perseverancia. Y, al final de mi vida, cuando ya no me pueda consagrar a las obras exteriores, cuando me sea imposible predicar, enseñar e incluso salmodiar, rezaré todavía el Rosario; y si ya no puedo hacerlo, al menos lo tendré entre mis manos o delante de mis ojos. El Rosario será, bajo diferentes formas, el alimento perpetuo de mi contemplación, mi recreo de todas las horas, mi paciencia para sufrir, mi preparación para morir.»
Así sea.
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