¿A quién preguntamos?
Si quieres saber cómo se realizan estas cosas (el concentrar
en Dios la totalidad de nuestras aspiraciones), pregunta a la gracia, no al
saber humano; pregunta al deseo, no al entendimiento; pregunta al gemido
expresado en la oración, no al estudio y la lectura; pregunta al Esposo, no al
Maestro; pregunta a Dios, no al hombre; pregunta a la oscuridad, no a la
claridad; no a la luz, sino al fuego que abrasa totalmente y que transporta
hacia Dios con unción suavísima y ardentísimos afectos. (…) entremos en la
oscuridad, impongamos silencio a nuestras preocupaciones, deseos e
imaginaciones; pasemos con Cristo
crucificado de este mundo al Padre, y así, una vez que nos haya mostrado al
Padre, podremos decir con Felipe: Eso nos
basta; oigamos aquellas palabras dirigidas a Pablo: Te basta mi gracia; alegrémonos con David, diciendo: Se consumen mi corazón y mi carne por Dios,
mi herencia eterna. Bendito el Señor por siempre, y todo el pueblo diga:
«¡Amén!»
San Buenaventura,
Itinerarium mentis in Deum, VII, 6.
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