Santo Nombre de Jesús

 Ya caminemos, ya estemos parados, ya bebamos, ya comamos, esta joya preciosísima del nombre de Jesús debe estar siempre impresa en nuestro pecho. Cuando no nos sea posible hacer otra cosa, que, al menos con la mirada, lo fijemos en nuestra alma.


Tengamos su nombre dulcísimo siempre en boca y de día debemos acordarnos tan intensamente de él que, cuando durmamos, lo soñemos y podamos decir con el Profeta: « Oh Dios eterno, oh dulcísima Sabiduría, qué buena eres para los que te buscan y sólo a ti desean. » (Lm 3, 25)

Este es, por tanto, el mejor ejercicio de todos porque, efectivamente, la oración continua es como la corona de todos los demás ejercicios y hacia ella como a su propio fin tienden todos ellos. ¿Qué otra cosa se hace en el cielo sino contemplar, amar y alabar?

Por tanto, cuanto más amablemente grabemos en nuestros corazones a Dios nuestro Señor, eterna Sabiduría, y cuanto más frecuentemente la contemplemos y la abracemos en nuestro corazón, con tanta mayor suavidad ella nos abrazará en esta vida y en la futura.

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