Gracias, Jesús, por el lago

 Cualquiera que haya estado en el lago de Genesaret sabe lo tremendamente evocador que resulta ese lugar. Una vez lo has visitado, y has surcado sus aguas, queda en la memoria para siempre. Sales con un lago en el alma, y ese lago formará parte de tu geografía espiritual en adelante.

Muchachos, ¿tenéis pescado?, grita Jesús desde la orilla.

¿Qué vas a darle al Señor, si eres pobre, si tu vida es un fracaso?

Echad la red a la derecha de la barca. Y, junto al pan y el vino, subiste al altar tu pobre vida, con el deseo de emplearla en hacer su voluntad. Cuando el sacerdote presentaba la patena, allí estabas tú, subido a ella. «El Señor reciba de tus manos este sacrificio, quiera Dios aceptar mi pequeña ofrenda».

Extendió el sacerdote las manos sobre los dones… «Esto es mi cuerpo»… Y una voz, dentro de ti, exclamó: Es el Señor. Todo tu ser se precipitó hacia el altar. Te zambulliste en el Padrenuestro y, empapado en el Espíritu que te hace hijo, llegaste a comulgar. Vamos, almorzad.

Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero. Y se hizo cielo el alma.

Gracias, Jesús, por el Lago.


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