Idolos de Egipto- A oscuras

Cuando el Niño Jesús entró en Egipto, los ídolos se derrumbaron a su paso. Cualquier cosa, por buena y santa que parezca, si impide que Dios nazca interiormente en nuestras almas, eso será los ídolos de Egipto para ti. "Yo he venido -dice el Señor- a traer espada. He venido a enfrentar al hombre con su padre, a la hija con su madre, a la nuera con su suegra y sus propios familiares serán los enemigos de cada cual" (Mt 10,34). Tus peores enemigos son en verdad los más íntimos a ti. Las múltiples imágenes con que aprisionas al Verbo le oscurecen e impiden nacer, aunque la paz de su presencia no se ausente por completo. Esta paz en plenitud, tan limitada por la culpa, viene a ser la madre del nacimiento de Dios en el alma.
Debes, pues, conseguir pleno silencio con frecuencia, hasta vivirlo habitualmente. La repetición de actos llevar a pleno dominio, pues lo que resulta imposible a los bisoños, no implica la menor dificultad para el experto. La costumbre hace maestros.

Dios obra sin imagen, sin medios. Lo mismo el hombre. Cuanto más desnudo está de imágenes, cuanto más se interiorice, cuanto más de todo se ha olvidado, tanto más se acerca al modo de obrar de Dios. En tal sentido el divino Dionisio invita y exhorta a Timoteo, su discípulo, diciendo: "Tú, en cambio, Timoteo carísimo, ejercítate en la contemplación de lo divino. Deja los sentidos y las operaciones del espíritu, las cosas sensibles y las inteligibles, las que son y lo que no es. Únete a aquel que está sobre toda sustancia y toda ciencia. Encamínate a El dejando dormidas tus potencias, saliendo de ti mismo. De todas las cosas por completo liberado y puramente trascendiendo vuela al rayo suprasubstancial de la tiniebla divina. En desnudez total, en plena libertad". Así, así es de todo punto necesario desprendernos de las cosas. A Dios le disgusta actuar sobre representaciones de la imaginación. El actúa en el alma, en su misma esencia sin que nadie conozca su divino hornaguear.
Taulero

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