Recordando
Creo recordar que era un lunes por la tarde y los críos salían corriendo, como siempre, para dar cuatro patadas al balón antes de regresar a sus casas.
Se me acercó un hombre de mediana edad, sobriamente vestido
y con una mochila a la espalda. Me
saludó y me dijo sin más:
-Soy el nuevo vecino,
voy a vivir en la cabaña de la loma.
Eso fue todo.
Transcurrió la semana como siempre, entre tablas de multiplicar,
dictados y dibujos; lo elemental para los críos.
El sábado por la tarde fui a la capilla para los oficios
religiosos y al entrar me pareció percibir algo o alguien al fondo de la nave.
Sí, era él, su misma ropa, el pantalón vaquero y la camisa a
cuadros.
Estaba hecho un ovillo, inmóvil, casi pétreo. A la salida
seguía allí, en su misma postura orante.
Se fueron sucediendo las semanas y los meses. Pero un día,
al concluir los oficios religiosos se acercó a las mujeres que hablábamos a la puerta de la iglesia:
-Si lo desean, en
algún momento, pueden venir a la loma, a la cabaña y oraremos juntos.
Declinamos la invitación con excusas contradictorias y no
exentas, a la vez, de esa curiosidad tan femenina.
Me intrigaba ese hombre, su decir tan educado y delicado, su
modo de orar… se percibía que era un buen cristiano.
Una tarde quedé libre de mis quehaceres escolares y me dije
que había llegado el momento de acercarme a la loma, de aceptar la invitación y
calmar mi curiosidad.
Al llegar no tuve que buscar mucho, allí estaba sentado en
un pedrusco, mirando al horizonte, como si esperara a que la tarde cayese y el
sol comenzara a ocultarse. Estaba igual de inmóvil y pétreo que en la capilla,
pero ahora lo que tenía enfrente no era precisamente un paisaje excesivamente
bello, tan sólo una planicie no muy fértil, con algún que otro árbol y matas
por aquí y por allá; la otra ladera, desde la que se veía el pueblo era algo
más atractiva a la vista, un pequeño riachuelo hacía fértiles las sencillas
huertas que cercaban las casas.
Al darse cuenta de mi llegada me invitó a sentarme junto a
él sin más preámbulos. Y le pregunté curiosa:
-¿Qué haces?
-NADA.
Y quedó callado.
Pasado un rato me invitó a rezar y fuimos a la cabaña.
Nos sentamos sobre unos banquillos y recitó el salmo 50:
“misericordia, Dios
mío, por tu bondad”
“borra mi culpa,
limpia mi pecado”
“devuélveme la alegría
de tu salvación”
Y después de un momento de silencio y con voz entrañable
leyó el salmo 22:
“El Señor es mi
pastor, nada me falta”
“en verdes praderas me
hace recostar”
“me condice hacia fuentes
tranquilas”
“me guía por el
sendero justo, por el honor de su Nombre”
“nada temo porque Tú
vas conmigo”
“tu bondad y tu misericordia
me acompañan”
Eran palabras íntimas, no la recitación de un salmo, sino
algo que brotaba de lo más profundo y que iban dirigidas a Alguien íntimo y
amado profundamente. Se notaba, se percibía, hasta los pájaros parecía que
habían callado para escuchar.
Quedamos en silencio y me dijo:
-pregunta lo que
quieras.
Era tanto lo que mi curiosidad deseaba saber que no sabía
por dónde comenzar, y ya la tarde iba avanzando.
Por qué había venido a vivir en la cabaña. Qué hacía a lo
largo de la jornada. Si no le agobiaba la soledad. Por qué estaba tan inmóvil al
orar en la capilla o mirando la naturaleza. Qué daba sentido a la vida que
llevaba. En fin, mil cosas que golpeaban mi mente y que como pude fui
desgranando.
El habló tranquilo, sin prisa, pero sin pausa:
-Todo se resume en una
sola palabra: DIOS. Con ella todo cobra sentido, sin ella nada tiene razón de
ser. Porque en Dios vivimos, nos movemos y existimos. La soledad no abruma
porque está llena de Su Presencia. El silencio es el hábitat necesario para
escuchar Su Palabra.
Sólo eso vine buscando
aquí, vivir de su Presencia escuchando Su Palabra.
Y así transcurre una
jornada tras otra, sin otro deseo sino el que esto sea una realidad.
Cuando amanece y me
levanto digo: “Por ti madrugo, Dios mío, para contemplar tu gloria”.
Cuando tomo alimento o
trabajo en el huerto, procuro hacerlo como dice el apóstol para su gloria: “Ya comáis
o bebáis o hagáis cualquier cosa sea todo para gloria de Dios”
Y si camino por la
loma, repito: “guía, Señor, mis pasos por el camino de la paz” Cuando termina
el día me gusta recitar con el salmista: “En paz me acuesto y enseguida me
duermo, porque Tú solo Señor, me haces vivir tranquilo”
Pero bueno, esto son
algunos ejemplos y cada cual puede buscar su método y manera de unirse con
Dios. Yo veo los distintos acontecimientos de día como jalones en mi camino,
pero tienen algo, un hilo con el que yo intento engarzarlos, la Palabra de
Dios. Esta es la que da sentido y orientación a
todo. Con ella oro, trabajo, descanso, leo, medito, vivo y voy muriendo
a todo eso que no esté de acuerdo con su enseñanza de vida.
Si quieres tú puedes
hacer lo mismo, nada te lo impide. Es bello enseñar en la escuela a los niños,
Jesús también lo hacía, dice el evangelio que “recorría la Galilea enseñando” y
amaba mucho a los pequeños “dejad que los niños se acerquen a mí, de los que
son como ellos es el Reino”
Y continuó:
-Como ves toda nuestra
vida no es sino una prolongación de la de Jesús. De sus gestos, de sus actos.
Ser cristiano no es más que ser Cristo hoy, y de esto, ser consciente. Dejarle
actuar y ser a través de nuestra propia vida. Te aseguro que no podemos
sobrellevar los problemas de cotidianos si no hay un sentido en la vida y ese
sentido y significado está en Dios, al menos para mí.
Nos despedimos de corrida. Había recibido mucho, aprendido mucho, y descubierto la sencillez de una vida centrada en Cristo y a la vez el serio compromiso que encierra, pero
me esperaban 2 kilómetros de camino de regreso al pueblo y el sol ya casi se había ocultado.
Comentarios
Le animo a que siga escribiendo.....
Muchas gracias