Mansedumbre (I)
El objetivo del camino espiritual no es la gran ascesis, ni el ayuno continuado, ni el hombre consecuente, sino el hombre manso. Evagrio alaba constantemente la mansedumbre como señal del hombre espiritual. Y nos anima a ser mansos como Moisés, de quien dice la Escritura: «Era el más manso de todos los hombres» (Num 12, 3).
«Yo os pido que nadie ponga su confianza sólo en la
continencia, pues no es posible edificar una casa con una sola piedra, ni con
un solo ladrillo terminar un edificio.
Un asceta colérico es una madera seca, sin fruto en el otoño, doblemente
muerta y desarraigada. El hombre
irascible no verá la aurora naciente, sino que irá allí de donde no se vuelve,
tierra oscura y de tinieblas, donde no brilla ninguna luz ni se puede ver
ningún viviente. La continencia somete
sólo al cuerpo; la mansedumbre hace ver al intelecto» (Brief, 27).
Evagrio habla constantemente de que la ascesis sola no es
suficiente en el camino espiritual. Lo
decisivo es la mansedumbre. Ella es la
que cambia el corazón del hombre y le hace abierto a Dios.
«La continencia sola se parece a aquellas vírgenes necias que
fueron excluidas del banquete de bodas, porque se les acabó el aceite y se les
apagaron sus lámparas» (Brief, 28). Y
también: «Aquel que se priva de la comida y de la bebida, pero en cuyo interior
se agita un enfado injustificado, se parece a un barco en medio del mar y
piloteado por el demonio de la ira» (Brief, 56).
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