Mansedumbre (II)
La mansedumbre es, para Evagrio, la fuente del conocimiento de Cristo. Sin mansedumbre, por más que uno lea la Biblia y lleve una vida austera, no entenderá nunca el misterio de Cristo. Escribe a un discípulo suyo: «Sobre todo no olvides la mansedumbre y la suavidad, que purifican al alma y acercan al conocimiento de Cristo» (Brief, 34).
El conocimiento de Cristo es otra expresión para designar la contemplación. Sin mansedumbre no se da ninguna verdadera contemplación. Escribe Evagrio a Rufino: «Estoy convencido de que tu mansedumbre es para ti la causa del mayor conocimiento, pues ninguna virtud atrae tanto la sabiduría como la mansedumbre, por la cual fue alabado Moisés, diciéndose de él que era el más manso de todos los hombres. También yo pido llegar a ser y a ser llamado con verdad discípulo del Manso» (Brief, 36).
La mansedumbre es también señal de que hemos entendido a Cristo y de que le seguimos.
Como se ve, es ésta una espiritualidad bien distinta de la que se presenta en los libros de moral de los años cincuenta. Lo que distingue la espiritualidad de los monjes antiguos no es el rigor, no el moralizar, no el meter miedo, sino el animar a la mansedumbre. Un hombre manso atrae a muchos. No tiene que convencer de la verdad de su fe a los que profesan otra fe. No necesita misionarlos. Su mansedumbre es testimonio suficiente de Cristo. El que se encuentra con su mansedumbre, se encuentra con Cristo y le reconocerá por esto.
Mansedumbre y misericordia son los criterios de la auténtica espiritualidad. Si miramos y enjuiciamos con estos criterios las actuales formas de piedad, reconoceremos fácilmente qué tipo de piedad surge del miedo de las sombras, y cuál del espíritu de Jesús. Sólo cuando el hombre se hace manso y trata con misericordia a los demás demuestra que su espiritualidad es según Cristo. Todas las demás formas pueden revestirse de espiritualidad, pero proceden del espíritu del propio miedo y de la presión de las pasiones. Pues aprendamos de los antiguos monjes a desarrollar una espiritualidad que responda al verdadero espíritu de Cristo.
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