Preparación para el silencio

  «¿Cómo preparar el corazón para que se silencie?»

– Creo que lo fundamental es la actitud de confianza, de entrega y abandono. Es decir, tratar de no desear una determinada sensación, sino instalarse o desear instalarse en esa espera de lo que sea que El Señor mande.

Estar en ofrenda, dispuesto a que lo que acontezca yo lo reciba como lo que es, es decir un regalo de su Providencia, y por tanto un bien, lo entienda o no en el momento.

– De esta manera todo el día sería una oración continua… Y cuando me disponga en actitud de oración ¿cómo hacer silencio?

– Lo primero que uno quiere es hacer silencio, entonces desea que la mente se calle, apague sus ruidos y pensamientos varios, que son como un diálogo con ella misma.

Pero este querer que se haga silencio, termina muchas veces siendo el mayor ruido. Es difícil silenciar la mente a la fuerza.

Entonces este silencio puede surgir por otras vías:

Una de ellas sería una especie de «dejarse ir» hacia el silencio o los brazos de Dios, con la intención, no con las fuerzas. Como si uno dijera «me relajo, voy hacia ti Señor, sé que me llamas y me buscas Tu también». Una distensión en el amor a Jesús, un entregarse confiado.

Ese camino es muy bueno. Aunque no a todas las personas eso les  ayuda.

De allí que hay otra forma que sería la concentración de la mente.

En lugar de luchar contra lo que pienso o de dejarme ir al silencio, me concentro en la oración de Jesús o en la figura del Santísimo o en el icono que tengo delante, etc. E ir llevando los pensamientos hacia Aquel en quien uno se concentra.

­– ¿Y se puede hacer algo «a priori» con la mente o con el cuerpo, con la voluntad o el corazón, para prepararse para esta concentración o silencio?

– La vida cotidiana que uno lleve es clave, y sobre todo la hora previa a la oración.

El día puede ser preparación para la irrupción de la Presencia, pero siempre son importantes la lentitud y la tranquilidad.

Mis movimientos han de hacerse pausados, no debo tener nada pendiente que apremie, debo tener el cuerpo más o menos cómodo. La prisa es enemiga de la Presencia, porque no hace ruido, y no escuchamos bien lo interior.

Pero luego de las tareas más demandantes en lo cotidiano, puedes ir mermando la velocidad y buscando esa cierta parsimonia. Es como un ritmo interior, que a veces deriva de la repetición del Nombre y otras de una atención al presente.

Esto es pariente de la unción, que viene cuando uno hace tranquilas las cosas, o cuando se une el amor a Dios y a la búsqueda de la correcta ejecución de las acciones, como una ofrenda a Él.

También se puede empezar por algo bien hecho si uno ya está en medio del lío.

Yo me acuerdo como me ha ayudado esto de empezar haciendo algo bien.

Solía volver a mi celda del rezo. Y me ponía a ordenar los libros, a limpiar el polvo de la mesa, a barrer el piso etc., con puntillosidad, como si fuera algo muy importante. Aunque sabía que lo importante era lo que buscaba con ello: la unción, el contacto con Jesús.

Lo metódico y ordenado ayuda mucho a centrar la mente, y eso la silencia siempre.

Y te decía que por más agobiado que se esté en algún momento, si uno se detiene y hace algo bien, con afán de perfección por Él, ese empezar puede ayudar a sintonizar el silencio que se busca.

Finalmente, cuando uno está muy atareado, conviene tomar pequeños momentos para interiorizar la mirada, para volver al centro, por decir así.

Es importante por un lado hacer esos «altos» durante el día, que le pongan un freno a la vorágine. Eso ayuda a re-conectar ».



https://elsantonombre.org/2015/11/05/preparacion-para-el-silencio/

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