Nuestro tiempo puede considerarse como una noche: el sol se ha puesto, es el tiempo de la luna. La luna propia da paso a la luz reflejada. Es el momento en que los contornos de la realidad no aparecen tan nítidos. Es el momento en que los fantasmas dormidos se despiertan dentro de nosotros y entre nosotros, tomando la forma de 1000 preguntas, incertidumbres y miedos: ¿quiénes somos? ¿a dónde vamos? ¿cómo seremos?

La noche puede ser aterradora. Pero la noche es también el momento creativo por excelencia. La discreta luz de la luna deja ese espacio de libertad para que el buscador no solo pueda ver con sus ojos, sino también imaginar, sentir, intuir... La luna rehabilita la mirada interior. La luna nos introduce en lo invisible. En el tiempo del sueño, en el tiempo de la intimidad, en el tiempo del retorno a las cuestiones fundamentales. Tiempo de vida y muerte, de concepción y parto, tiempo de transformación. Sentimos cada día en nuestra piel este desafío: leer los signos de este tiempo nocturno, y leerlos con la sabiduría del Evangelio.



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