Asunción de María

 FIESTA DE LA ASUNCIÓN DE MARÍA

(Ap 11,19a;12,1. 3-6a.10ab; Salmo 44, 10.11-12.16; 1Cor 15, 20-27a; Lc 1, 39-56)

Muchas mujeres a lo largo de la historia han contemplado cómo el dragón de la mentira, el odio y la violencia ha tragado el fruto de su vientre. Una situación que el pueblo de Israel veía reflejada en el llanto desconsolado de Raquel por sus hijos (Jer 31,15). Esta situación atraviesa el corazón de la humanidad en la que todos estamos acechados por este dragón que busca tragarnos o absorbernos en las filas de su ejército (1 Pedro 5,8-9). 

En esta guerra sin piedad en la que parece que la humanidad tiene las de perder, una débil mujer sin más arma que su esperanza en la palabra de Dios acepta ser madre y, sufriendo los dolores de parto en un mundo inhóspito que pareció abortar el fruto de su vientre, nos da a contemplar la victoria de la vida y la exuberancia que alcanza de manos de Dios. 

En la Asunción de María, Dios manifiesta su victoria sobre los poderes de la muerte, haciendo ver que estamos hechos para la vida y que esto se realiza totalmente cuando acogemos en nuestro seno la presencia misma de su Hijo. Es él quien nos puede revestir de la exuberancia de su luz y de su vida. María revestida ahora con la vida luminosa de su hijo, se convierte en “un gran signo en el cielo” para todos. El dragón que arrasa el mundo y que tiene dominado parte de nuestro corazón no tiene el poder último de la vida, y nosotros tenemos ante nuestros ojos el camino que trazó la vida humilde y servicial de María para revestirnos de su misma belleza y eternidad, la que Dios preparó para nosotros desde el principio de los tiempos.



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